Desviarse

Aceptar el mundo sin más es, seguramente, un gran error. Por eso la tarea del filósofo (y también la del innovador) es preguntarse cosas y desafiar continuamente los conceptos vigentes.
Recuerdo que, de muy joven, leí con empeño casi todos los libros del psicólogo Erich Fromm. Me gustó especialmente El miedo de la libertad. Cuando pensaba que Fromm era mi héroe definitivo, un profesor de la UB, Antoni Remesar, me introdujo en el mundo de Michel Foucault. El estructuralismo, está claro, contemplaba críticamente los discursos humanísticos como el de Fromm. Con Foucault aprendí que la realidad está hecha de alianzas microfísiques entre el saber y el poder y que la versión actual del ser humano es un invento reciente. Cuando pensaba que había tocado techo descubrí al sociólogo francés Jean Baudrillard. Proponía “oublier Foucault” y hablaba de simulacros y de estrategias fatales. Con él supe que vivimos en un mundo la imagen del cual es más verídica que su esencia última. Quizás es esto que ahora denominamos postverdad.
Aceptar el mundo sin más es, seguramente, un gran error. Creerse una determinada verdad, por sólida que sea, genera más problemas que no satisfacciones. Por eso la tarea del filósofo (y también la del innovador) es preguntarse cosas y mirar de desafiar continuamente los discursos vigentes. Por este motivo la filosofía tendría que ser una de las piezas claves de cualquier sistema educativo, creo.
Cuando tenemos la sensación de comprender algo, hay que desviarse. Hace falta, automáticamente, empezar a ir más allá. Buscar sus puntos débiles, sus rendijas y sus contradicciones. Hay que moverse. Hay que hacerse preguntas inteligentes y buscar nuevos espacios. Esta es la esencia de la creatividad. Todos podemos ser razonablemente creativos si aprendemos a preguntarnos cosas y buscar espacios de posibilidades. Pasa, pero, que mucha gente hace exactamente el contrario: subsistir como puede en un espacio de certezas.
Vemos una silla y pensamos que sirve para sentarse. Desviarse quiere decir pensar qué pasaría si las sillas no sirvieran para sentarse. Desviarse implica huir de los acondicionamientos previos y crear posibilidades diferentes alrededor del concepto aparentemente estático de silla. Desviarse quiere decir cometer tantos errores como sea necesario pero acabar encontrando alguna idea prometedora que permita una nueva perspectiva sobre una silla.
Para desviarse hace falta mucha humildad. Si pensamos que lo sabemos todo sobre las sillas, mal. Si pensamos que ya está todo inventado, peor. Tenemos que actuar con ingenuidad, jugando y experimentando sin fin. Este es el verdadero camino hacia la innovación. El problema de muchas empresas es que quieren ser innovadoras partiendo del que ya saben y no del que no saben. De este modo es realmente difícil conseguir hacer cosas disruptivas. Querer innovar desde la seguridad, el control y la jerarquía, es un mal asunto.
Cuando la experiencia derrota la ilusión del ignorante, no puede haber innovación. Cuando el control derrota la flexibilidad y el juego desinhibido, tenemos un problema. Cuando el ansia por la solución derrota la curiosidad y la busca paciente, la innovación se va a paseo. Cuando la normalidad vence la desviación, la innovación se esfuma. Hay que crear entornos de desviación, de experimentación, de libertad. Sin esto la innovación no será más que un simulacro, como diría socarronamente Baudrillard.
La imagen utilizada en este post es una escultura de la artista Tess Hill
Este artículo fue publicado en catalán por el Diario L’Economic