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El arte de fluir

El día quince de enero de 2009, un avión que había despegado del aeropuerto de La Guardia, en Nueva York, recibió el impacto de un grupo de gansos canadienses que le causaron daños importantes en el fuselaje y los motores. Se trataba del vuelo 1549 de US Airways. Pilotaba la nave el capitán Chesley Sullenberger. Al cabo de unos minutos, los responsables del vuelo comprobaron que el avión no tenía suficiente fuerza para llegar al aeropuerto más cercano y decidieron hacer un amerizaje en el río Hudson, que resultó completamente exitoso. Tanto los 155 pasajeros como la tripulación resultaron sanos y salvos, excepto algunas pequeñas heridas que requirieron de hospitalización leve.

El capitán de la nave tuvo que tomar la decisión más importante de su vida. Por lo que sabemos a partir de los análisis de los datos y las conversaciones grabadas en las cajas negras, lo hizo con seguridad y sin inmutarse. De hecho, los pilotos profesionales están entrenados para hacer frente a situaciones de gran riesgo, como ya es sabido. Pero la serenidad del capitán no deja de sorprendernos. ¿Por qué?

Según la psicología moderna, el capitán “Sully” pasó por un momento de flujo creativo ( “creative flow”). El experto Mihaly Csikszentmihalyi, célebre creador del concepto, afirma que cuando entramos en estado de flujo creativo nos ocurren dos cosas: en primer lugar nos concentramos totalmente en aquello que estamos haciendo, poniendo toda nuestra energía. Olvidamos por tanto cualquier otra circunstancia y entramos en comunión absoluta con la actividad, es decir, desaparece la sensación de ego. En segundo lugar, el tiempo parece detenerse. Quizás pasan dos horas, pero nos ha dado la sensación de sólo quince minutos.

Los neurocientíficos especializados en creatividad nos dicen que acostumbramos a fluir cuando hacemos cosas que nos gustan o que nos interesan mucho. En el ejemplo anterior, salvar la vida de los pasajeros, de los compañeros tripulantes y la propia era sin duda un elemento primordial para el capitán, que dio de sí todo lo que pudo, supo y quiso, logrando unos resultados excepcionales que le hicieron ganar varias medallas y reconocimientos. Se convirtió en el héroe del “Milagro del Hudson”.

¿Todos podemos fluir? Parece evidente que todos tenemos el potencial para hacerlo. Pero, ¿nos pasa a menudo? ¿Cuántos momentos de flujo tenemos, por ejemplo, cada mes? ¿Muchos? ¿Pocos? ¿Ninguno? Y lo más importante: ¿es posible fluir en el trabajo? Las empresas, ¿ponen las condiciones como para que la gente se interese vivamente por lo que hace y disfrute cada día? Todos tememos que no mucho. Sabemos por experiencia que un número aún excesivo de gente percibe que su trabajo es demasiado estable, aburrido, previsible, monótono y poco interesante.

Os dejo algunas sugerencias para jefes inquietos:

  • Hagamos que los retos difíciles pero alcanzables sustituyan la monotonía.
  • Hagamos formación intensa, emocional, provocativa, potente.
  • Procuremos que la gente se divierta, hagamos cosas fuera de los esquemas habituales, rompemos normas, aprendamos constantemente.
  • Cambiemos jerarquía por holocràcia, poco a poco, sin prisas pero sin pausas.
  • Hagamos que la empresa sea un lugar con misterio, con ilusión, con alma.

Los nuevos tiempos demandan, sin duda, nuevas perspectivas.

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