Dejar de hacer

En la India dicen que las vacaciones sirven para dejar de hacer. Debe de ser verdad. A menudo pasamos las vacaciones haciendo cosas como unos locos: viajamos, caminamos, comemos hasta hartarnos, visitamos lugares … Las auténticas vacaciones deberían servir, como decimos habitualmente, para desconectar. Pero no todo el mundo sabe hacerlo. De hecho, conozco gente que trabaja a ratos mientras está de vacaciones. Con la excusa de la responsabilidad, no permite que las vacaciones le ayuden a desconectar sino que siguen conectados a aquello de lo que no pueden prescindir: la adrenlina del trabajo, de las llamadas y de los dolores de cabeza.
Conozco gente que no se baña nunca, durante el verano. Dicen que no les gusta al mar. ¿Puede no gustar, el mar? Y que tampoco caminan por el bosque ni por ninguna parte. Pasan horas mirando la televisión o delante de una pantalla de ordenador consumiendo horas y más horas. He oído decir recientemente que un buen libro llena el espíritu pero que ratos y ratos de videos en You Tube lo vacían. Quizá sea verdad, aunque depende de los vídeos …
Creo que las vacaciones deberían servir, además de descansar, para descubrir cosas nuevas y reinventarnos un poco. Hacer cosas que no hemos hecho nunca, por ejemplo, o hablar con gente diferente. Cuando hacemos cosas muy diferentes a las habituales, nuestro cerebro se mueve en direcciones inusitadas, y eso siempre es interesante.
Dejar de hacer puede significar también dejar de pensar. A mí me gusta, ya lo sabéis, pasear por el bosque del Empordà. Lo hago hora cada día ahora en verano. Escucho el viento, el ruido de la tierra al caminar, repaso mi vida y mis cosas con calma y tranquilidad, hago ejercicios de Yoga y respiración, me fijo en los pequeños detalles de las cosas que se mueven a mi alrededor y todo esto me hace ser razonablemente feliz durante un rato.
Llego a casa, ceno algo y me voy a la cama.